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martes, 19 de julio de 2011

HISTORIA DE LAS BARRACAS DE LOS CHINOS DE GUAYMAS SONORA

RELATO DE DON JUAN ALFREDO ROBINSON. Traducido por Horacio Vázquez del Mercado, Cronista Oficial de la Heroica Guaymas de Zaragoza, Sonora.

Nací en la ciudad de Nueva York y vine a México en 1821, en el barco “Júpiter”, dando vuelta por el Cabo de Hornos. Tocamos Montevideo, Buenos Aires y Río de Janeiro por el lado del Atlántico y después de dar vuelta al cabo tocamos Lima, El Callao ,Valparaíso y Sonsonate(1), en América Central y después subimos hasta Monterey, California donde nos detuvimos por unas horas. En Sonsonate subieron al barco una carga de azúcar y tabaco, No encontrando comprador para la carga en Monterrey fuimos más al sur y subimos por el golfo de California hasta Guaymas, en donde se vendió la carga.

Ahí bajé del barco y me dirigí a la ciudad de Alamos, como a cien millas al interior desde la costa y como 240 millas al sureste. Me quedé ahí durante nueve años. Este era un distrito minero para plata de considerable importancia en su tiempo, y todavía lo es, un viejo pueblo con 12,000 habitantes en esa época.

Las minas eran muy ricas y estaban situadas en las cercanías del pueblo, de tres a seis millas de distancia. Eran propiedad de los residentes mexicanos y el principal negocio de esa gente era la minería. Muy poco se explotaba la agricultura. Sembraban algo de maíz y de frijol para abastecer a las minas y a otros pobladores y había algunas huertas con naranjas. Había también grandes extensiones de terreno dedicadas al ganado para carne y producción de sebo para fabricar velas que se usaban en las minas. También usaban los cueros para hacer correas y para otros usos en las minas. La única comunicación con otros lugares era por medio de caballos y mulas, trenes de mulas o conductas pues no tenían diligencias en ese tiempo.

Las minas se trabajaban de una manera muy primitiva, perforando con barras y explotando pólvora, al viejo estilo español. El mineral se sacaba por medio de un malacate, una especie de montacargas tirado por caballos. El tiro de la mina más profunda es de unos 350 pies y había marcas a mayor profundidad, tal vez otros 100 pies. La mina principal se llamaba “La Providencia” y estaba situada en Promontorios, como a cuatro millas de la ciudad. Después de obtener el mineral lo ponían en una explanada y en ella había una gran roca, de las más duras que se pudieran conseguir, en la cual ponían el mineral y un indio usaba otra roca, tan pesada como pudiera levantar, para golpearlo por mucho tiempo hasta que quedaba del tamaño de frijoles o tal vez de trigo.

Después se pasaba al arrastre que es un lugar redondo como de diez pies de diámetro cubierto con piezas de roca plana, con los lados elevados formando un borde. En el centro había un pesado poste que tenía una pieza como la lengua de una carreta que soportaba dos pesadas piedras. Se ponía el mineral en el suelo y se arrastraban las piedras por medio de mulas que estaban unidas a esta maquinaria de molienda y se les echaba agua encima hasta que quedaba el mineral reducido a una pasta fina.

Cuando ya estaba de la finura adecuada, se ponía en unos tanques cavados en la tierra y se dejaba secar hasta que tenía la consistencia de masa. Después se ponía en otra explanada formando pilas de unas nueve pulgadas de alto y se le agregaba sal y dos indios por cada pila la mezclaban con sus pies, continuando el proceso hasta que la sal estaba bien mezclada, durante todo un día. Después se agregaba azogue y los indios lo mezclaban durante otro día más Se dejaba así durante dos días y después de poner el material en una pila se dejaba unos dos o tres días más y entonces, si se necesitaba más azogue se agregaba en cantidad suficiente. Una parte de esta mezcla se ponía en un aparato que parecía un tanque con paletas para agitar, como de diez pies de alto y cinco de diámetro, tirado el agitador por una mula. Se adicionaba agua al tanque hasta que el nivel llegaba a unos dos pies del borde superior en donde había un agujero para decantar. Se seguía agitando aquella masa y entonces el azogue que es más pesado, jalaba toda la plata hacia el fondo. Después se quitaban unos tapones a diferentes alturas para sacar el

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agua y así seguían hasta que llegaban al fondo. Lo que quedaba se sacaba a mano y se ponía en unas charolas de madera y se trabajaba hasta que solamente quedaba el azogue y la plata adherida a este.

Luego de esta amalgamación, el metal se ponía en sacos, parecidos a los que usan para hacer café y que en la parte de abajo llevaban una pieza de algodón. Los sacos se colgaban y se golpeaban con unos garrotes. El azogue caía a un recipiente y la plata se quedaba en los sacos. Después se ponía en unas retortas con los tapones muy pesados, estando la boca de la retorta en agua. Se le ponía al fuego y los restos del azogue escapaban en forma de humo pero cuando tocaban la parte del agua se volvían azogue otra vez. La plata se sacaba y se moldeaba en forma de barras y en esta condición se le llamaba “plata piña”. Se perdía como el 16% del azogue con el proceso descrito. En ese tiempo todo el azogue era traído desde España. Había minerales que eran muy ricos y eran estos los que se fundían pero se perdía una buena cantidad de plata. Estas minas las trabajaban los peones y supongo que había minas en esa vecindad que producían tal vez un millón de dólares al año. Solían llevar la plata a los puertos, a lomo de mula y el más cercano en ese entonces era Guaymas en donde se embarcaba a Londres en barcos de guerra ingleses que venían a ese puerto cada tres meses. Se daban conocimientos de embarque y eran negociables pues se podían llevar a cualquier parte en donde hubiera ingleses y cambiarse pues se consideraban documentos a la vista, haciendo los necesarios ajustes de acuerdo al tipo de cambio que prevalecía.

Había tres clases de gente en México, los indios, los descendientes de los españoles y una clase mezclada producto del cruzamiento de las otras dos. En el año de 1828, el Congreso mexicano emitió un decreto expulsando a todos los españoles del país. Ellos ocupaban todos los puestos importantes y los mexicanos estaban celosos y temían que tomaran el control por lo que cuando subieron al poder los expulsaron. El sentimiento contra los españoles era parecido al de Kearney y sus seguidores contra los chinos a los que gritaban “Los chinos deben irse” y en este caso el grito era “Los españoles deben irse”. Algunas personas de sangre mezclada llegaron a decir que si pudieran saber qué parte de ellos era española se abrirían las venas para dejarla salir. Muchos españoles salieron tras la emisión del decreto de expulsión y el país se empobreció con su partida. Eran la mejor clase de gente y algunos de ellos eran muy ricos y todas las empresas habían sido fundadas y dirigidas por ellos. Cuando salieron se llevaron a sus familias y sus parientes con ellos. Algunos habían vivido aquí por 40 o 50 años y habían logrado formar grandes relaciones en ese tiempo. Hubo casos en los que un hombre así expulsado se llevó hasta cincuenta personas con él, así que la salida de la mejor clase de la población, con sus efectos, fue un gran inconveniente para el país. Muchos amigos míos se tuvieron que ir y dos o tres murieron por la ansiedad y el problema de ese movimiento. Muchos fueron a España desde la costa del Atlántico y por el lado del Pacífico otros fueron a Valparaíso, algunos a Lima o a América Central.

Hay un incidente conectado con al expulsión de esta gente del cual supe y que considero digno de mención. Gente del interior, de Durango, Chihuahua y otros de los estados norteños de México, fueron al puerto de Tampico para salir del país. Cada quien se llevó, por supuesto, todo lo que pudo de oro y plata o lo que fuera de mucho valor, de manera que entre los que llegaron a Tampico se reunió una gran riqueza. El barco de Estados Unidos “Hornet” estaba anclado ahí y conforme llegaron los expulsados, lo primero que hicieron fue depositar su tesoro a bordo del “Hornet” para salvaguardarlo. Había un plazo para que abandonaran el país y ya habiendo depositado sus valores en lugar seguro, tenían la intención de quedarse en tierra hasta el último momento. Una inmensa fortuna se había acumulado en el barco; probablemente cinco o seis millones. El “Hornet” era un barco favorito debido a su actuación en la guerra con Inglaterra.

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Después se reconstruyó y se renovó. Como nuestro país estaba en términos amistosos con México, no había ningún problema para que estuviera ahí y ya con el tesoro guardado, solamente esperaban que los pasajeros lo abordaran.

La bahía de Tampico está muy expuesta a los vientos del norte que a veces llegan y soplan con gran fuerza, durando por lo general tres días aunque a veces son seis y hasta nueve días. Cuando estos vientos llegan, los barcos no están seguros en la bahía por lo que levan anclas y salen al mar. Mientras el “Hornet” estaba anclado vino un “norte” y el barco salió apresuradamente a mar abierto, con el tesoro a bordo, pero sin los pasajeros y hasta la fecha no se ha vuelto a saber de él. Lo único que se encontró fue una cubeta recogida meses después con el nombre “Hornet” en ella. Se creyó que como el barco había sido reconstruido, podía haber tenido alguna debilidad en donde se unieron la parte nueva y la parte vieja y que además, el inmenso peso del tesoro provocó que hiciera agua y se hundiera. Nadie se salvó para contar la historia. Un hermano mío, Thomas Robinson, era teniente a bordo de ese barco.

Como cuatro años después se emitió otro decreto que permitía a la mayoría de esa gente, si lo deseaban, que retornaran a México pero probablemente retornó solamente una quinta parte. Muchas de esas familias eran de las primeras familias de España, muy educados y refinados, de la clase más alta.

Yo me dediqué a la minería de plata durante cuatro o cinco años. Viajé mucho por la región y en tres ocasiones fui desde Guaymas a Matamoros, a lomo de caballo. La distancia es de 1,500 millas, tal vez 2,000 y el viaje tomaba 25 días. En 1832 me embarqué en Matamoros para Nueva York y ahí hice arreglos para que me enviaran mercancías a Guaymas. Dando la vuelta por Cabo Hornos y en 1833 me establecí en Guaymas como importador y comisionista y me quedé ahí durante treinta años más. Fui cónsul americano por quince años en el puerto. Cuando vino la Revolución francesa(2) me arruiné y quedé muy desanimado, en 1864.

Cuando llegué por primera vez a Guaymas, en 1821, solamente había ahí una casa(3) a la cual acudía un oficial de la Aduana cada vez que un barco llegaba al puerto. Había una pequeña choza al pie de un cerrito y en ella vivía un ladrón. Todos los negocios se hacían en el rancho de San José, a cuatro millas de distancia, en el interior y era un lugar de unos 2,000 habitantes. El oficial de la Aduana vivía ahí. Ahora Guaymas es un lugar mucho más grande. Para 1833 el pueblo había crecido considerablemente y cuando me establecí ahí me tocó ayudar a muchas cosas en el pueblo. El mejor almacén me pertenecía y además tenía una buena residencia(4) y construí varias casas. Guaymas era el puerto de entrada y salida para recibir y embarcar mercancías. El comercio que se hacía era considerable y los barcos traían carga con mercancía general desde Europa y muchos bienes de procedencia extranjera se vendían ahí. En ese tiempo el principal artículo de exportación lo eran las barras de plata.

En las cercanías de Hermosillo la gente sembraba trigo y se dedicaba también a otros ramos de la agricultura. Producían un trigo de calidad inferior, cultivado por irrigación totalmente. Su método era muy primitivo pues se araba raspando la tierra con una vara y también usaban un pesado tipo de azadón. La mejor semilla de trigo de California se traía de ahí cuando empezaron a sembrar en 1851 y 1852. Producían muy buena harina, siendo los molinos al principio muy primitivos. También sembraban azúcar y tabaco, maíz, frijol y frutas de varias clases. Cerca de Hermosillo había una fábrica grande para procesar algodón, construida en los últimos veinticinco años y que empleaba unos cien telares. Los indios de Sonora hacían mantas con telares manuales y también fabricaban una especie de azúcar moreno llamado panocha.

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La gente era muy hospitalaria y lo trataban bien a uno. En caso necesario le dejaban a uno su propia cama para que durmiera. Tenían grandes ranchos con mucho ganado y vivían confortablemente.

Antonio López de Santa Ana fue nombrado dictador en 1835 o 1836, según creo y fue dictador durante tres años. Tenía un gobierno militar y el país tenía mucha prosperidad y creció como un hongo bajo su dirección.

Alrededor del año de 1850, tal vez un poco después(5), se formó una compañía en San Francisco con 280 o 300 hombres, bajo el liderazgo del conde de Raousset Boulbon, un hombre educado y distinguido que pertenecía a una de las primeras familias de Francia. Los hombres eran en su mayoría franceses y alemanes, tal vez algunos italianos y su objetivo era explorar ciertas minas de la frontera de Sonora, cerca de Arizona, que previamente habían sido trabajadas por mexicanos para producir oro y plata y que habían sido abandonadas.

Había un cónsul francés en Guaymas y tuvieron comunicación con él. Llegaron al puerto en un barco y luego marcharon al interior, hacia el lugar designado. Todos estaban armados. Se suponía que los franceses estaban bajo la protección del gobierno mexicano pero cuando fueron al interior se vio que esto no era así y la gente mexicana se volvió hostil hacia ellos. Las minas estaban como a 300 millas de Guaymas y esperaban tomar posesión de ellas y trabajarlas pero cuando llegaron encontraron que la gente no quiso trabajar con ellos ni darles ninguna ayuda por lo que se regresaron rumbo a Guaymas, llegando a un lugar llamado Hermosillo como a 100 millas al norte del puerto en donde se encontraron con la Guardia Nacional mexicana que intentó oponerse a su entrada a la ciudad. Hubo siete u ocho muertos de cada lado y Raousset resultó herido en una pierna pero su compañía prevaleció y entraron a la ciudad, permaneciendo ahí por cuatro o cinco días. Los habitantes se asustaron mucho y todos los de la mejor clase que pudieron hacerlo huyeron de la ciudad. Los hombres de Raousset no eran soldados, no tenían experiencia militar y eran solamente ciudadanos de diferentes ocupaciones pero era gente decidida, pelearon bien y derrotaron a las tropas mexicanas que no pudieron evitar que entraran a Hermosillo. Unos días después salieron hacia Guaymas. Como a tres leguas de ese lugar estaba el general Blanco con 800 hombres y seis piezas de artillería, con el propósito de interceptar a Raousset y sus fuerzas. Cuando la compañía llegó como a una legua de donde estaba el general Blanco, Raousset envió un grupo bajo bandera de tregua para negociar.

Se ocuparon en esto como dos o tres días. Raousset se encontraba en el pequeño rancho de El Tigre y Blanco estaba en el pueblo de San José de Guaymas. Blanco tenía fuerzas regulares, bien entrenadas, pero sin embargo evitó a Raousset que tenía fuerzas inferiores, sin experiencia militar. Aparentemente no se decidía por no saber si podría derrotarlos o no, de manera que las dos fuerzas no se enfrentaron. Después de prolongadas negociaciones se acordó que Raousset y su compañía dejarían el país en paz y Blanco envió su artillería a tres o cuatro leguas hacia el interior y accedió a proporcionarles medios de transporte a los de Raousset para que salieran del país y con este propósito obtuvo un préstamo forzado de los habitantes de Guaymas por $10,000.00 de el cual yo pagué $2,000.00. Salieron estos hombres hacia San Francisco en donde fueron desbandados.

Poco tiempo después de estos sucesos, el general Blanco fue llamado a México y el general José María Yáñez fue nombrado General en jefe del ejército mexicano. El gobierno mexicano estaba temeroso de una invasión por parte de filibusteros de Estados Unidos y estaba ansioso por tomar algunas precauciones contra tal intento, probablemente alarmado por la experiencia que tuvo con Raousset y sus hombres. No tenía confianza en sus propias tropas y por lo tanto fue un

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enviado a San Francisco a conferenciar con el cónsul mexicano y otros con el propósito de reclutar unos 600 hombres para que estuvieran al servicio de México para la protección del país.

Los hombres se reclutaron, la mayoría franceses y alemanes y se nombraron oficiales. Fueron llevados a México y se repòrtaron con el general Yánez pues eran considerados parte del ejército mexicano. Se ejercitaron y disciplinaron por los oficiales que habían venido con ellos, de una manera muy completa. Fueron muy bien recibidos en México, se les atendió bien y se les dio buena comida y buena ropa. Se alojaron en un buen lugar en Guaymas para proteger ese puerto contra cualquier intento de invasión por parte de los americanos a los que los mexicanos temían continuamente. Los franceses vivían como gallos de pelea pero se comportaban de una manera ordenada. Animaron un poco el lugar, gastaban su dinero ahí y les llamaban la “Legión Extranjera”. Fue a principios de 1853 creo cuando llegaron a Guaymas.(6)

Como cuatro meses después de su llegada arribó Raousset a Guaymas en una goleta de unas 80 toneladas(7), acompañado de otro hombre. Ellos dos más el capitán y dos o tres marineros eran las únicas personas a bordo. Raousset desembarcó sin que nadie supiera que había llegado pero al día siguiente el general Yánez, al saber de su llegada, envió gente a buscarlo para que fuera a su casa en donde se entrevistaron. El general lo cuestionó acerca de sus propósitos al venir a México y Raousset le aseguró que venía por negocios privados pero el general sospechó que venía a incitar a la Legión Extranjera a que se rebelara contra el gobierno mexicano, lo cual fue el caso poco tiempo después. Raousset se entrevistó con el comandante de los franceses y acordó con él que las tropas atacaran el pueblo y lo capturaran. Probablemente se cruzó correspondencia entre ellos desde antes. Un par de veces después de la entrevista entre Yáñez y Raousset, el general tomó su pequeño bastón en la mano y fue al cuartel de la Legión extranjera y le ordenó al oficial que mandaba a las tropas que se formaran en un cuadro. Hecho esto, el general se metió al centro del cuadro y arengó a los soldados diciéndoles que tenía razones para creer que se harían esfuerzos para inducirlos a que se rebelaran contra el gobierno y apeló a su honor para que se resistieran a esas insinuaciones diciendo que le parecía imposible que unos franceses con tan nobles sentimientos pudieran estar de acuerdo en tan infame proposición y que tenía mucha confianza en ellos y no creía que se iban a deshonrar rebelándose. El general se fue inmediatamente a sus propias barracas que estaban a corta distancia y en donde tenía 180 soldados, miembros de la Guardia Nacional, la mayoría muy jóvenes, sin experiencia militar. En realidad no tenía confianza en los soldados extranjeros, a pesar de su arenga y tan pronto llegó a sus cuarteles dijo a sus tropas que estuvieran alerta ya que los franceses iban a atacarlos.

Tenían una pequeña pieza de artillería la cual sacaron a la calle. Inmediatamente vinieron los franceses y comenzó el ataque, disparando más de cien balas antes de que los mexicanos tuvieran la oportunidad de hacer una descarga, matando a todos los que atendían el cañón, que eran ocho hombres. La pelea continuó vigorosamente. Mi hijo, un joven de 21 años que era ayudante de Yáñez, con otros cuatro más llevó el cañón hacia adentro del cuartel e hicieron una barricada en la puerta. Las tropas mexicanas se subieron al techo de las barracas que eran de un piso de altas y pelearon desde esa posición, disparándole al enemigo que estaba abajo.

La batalla duró desde las once de la mañana hasta el atardecer cuando se les acabaron las municiones a los franceses. Se reunieron las autoridades municipales y se pactó en la casa del cónsul francés que la legión extranjera estaba dispuesta a rendirse ante los mexicanos si respetaban sus vidas. El general Yáñez dijo que ellos deberían ser tratados como prisioneros de guerra y juzgados como tales. Fueron hecho prisioneros, incluyendo a Raousset que había peleado junto a ellos y el único que escapó fue el pasajero que había venido con este último ya que tomó un pequeño bote y llegó hasta la goleta. Los franceses fueron desarmados y los pusieron bajo una guardia en las barracas, Esta batalla fue el 13 de julio de 1853(8) (sic). Creo que unos 72 de los extranjeros murieron y 15 de los mexicanos. Los extranjeros muertos fueron

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enterrados en el camposanto y en ese lugar hicieron que los prisioneros cavaran una larga fosa en donde los depositaron.

Como diez días antes de la batalla, el mayor Richard Roman llegó a Guaymas procedente de San Francisco, como cónsul americano, siendo él mi sucesor en ese puesto. Yo había estado ausente pues fui a Mazatlán por un tiempo y mientras él llegaba di órdenes al agente consular que yo había nombrado en Guaymas como encargado de la oficina para que entregara esta al nuevo cónsul. El tenía otros propósitos a la vista además de los del consulado. Estaba bien claro en San Francisco que los franceses iban a intentar capturar la ciudad y se había arreglado entre el mayor Roman y ciertos grupos interesados en San Francisco que una vez tomado este lugar por la fuerza extranjera, él como cónsul de Estados Unidos iba a protestar contra cualquier potencia extranjera que atacara este lugar como si fuera territorio americano, lo cual me informó en privado, Se suponía, desde luego, que 600(9) hombres bien disciplinados de la fuerza extranjera iban a obtener una fácil victoria contra el pequeño cuerpo de tropas mexicanas que estaban en las barracas y que eran reclutas nuevos, de manera que fue una gran sorpresa para el mayor Roman cuando vio el resultado de la batalla, tan diferente de lo que había anticipado y predicho.

Tan pronto terminó la batalla envió a un hombre para que subiendo por el río Colorado en un bote, fuera A Fort Yuma y de ahí a San Francisco con las noticias de la batalla. Todo este movimiento lo propiciaron ciertos grupos de San Francisco cuyo plan era que una vez derrotados los mexicanos por la fuerza extranjera, venir y tomar posesión de grandes extensiones de terreno y especular en grande con bienes raíces pero la derrota de los franceses frustró sus designios. Estos grupos habían influido para que nombraran cónsul a Roman y para que apoyara el movimiento. Yo llegué a Guaymas en la tarde del día en que se peleó la batalla y conforme me acercaba al pueblo me extrañó que ningún bote salió a recibirme como era costumbre y que había una quietud poco usual. Poco después me enteré de las excitantes noticias del día.

Después de que se rindieron los extranjeros Raousset fue llevado a unas excelentes habitaciones, bajo fuerte guardia y fue tratado como a un caballero y se le permitió todo lo que pudiera desear bajo esas circunstancias. Se le siguió una corte marcial y tuvo un juicio tan justo como un hombre puede tener, el cual duró varios días. Fue declarado culpable de traición al país y sentenciado a ser fusilado. Cinco o seis días después de la sentencia se llevó a cabo la ejecución. Mientras tanto, los demás estuvieron prisioneros y en cuanto hubo oportunidad y se consiguieron barcos, fueron enviados en grupos de 100, la mayoría a San Francisco pero algunos fueron a Valparaíso. Al comandante de las tropas se le permitió que fuera con ellas aunque él era tan culpable como Raousset ya que estaba siendo pagado por el gobierno mexicano y debió haber sido juzgado y fusilado. Las cosas se calmaron luego de estos acontecimientos.

El 29 de mayo el general Yánez había comisionado a mi hijo Thomas Robinson como capitán de una compañía militar de las fuerzas mexicanas en Sonora en consideración a su capacidad y sus méritos. Esta comisión temporal estaría en efecto hasta que se pudiera hacer de forma regular. El 7 de agosto el gobierno mexicano decretó la entrega de medallas para conmemorar el valor de las tropas que defendieron Guaymas en la batalla del 13 de julio y dichas medallas se concedieron a los oficiales que se habían distinguido en esa ocasión, acompañadas de diplomas que los autorizaban a portarlas. Entre esos oficiales estaba el capitán Thomas Robinson y la medalla que recibió aún la tengo en mi poder. Subsecuentemente recibió su nombramiento regular como capitán y después fue coronel del ejército mexicano y le tocó estar ahí a la hora de la invasión francesa. A su muerte sus hijos recibieron una pensión.

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Raousset era un hombre valiente. El escogió a su defensor en el juicio(10). Yo estaba presente cuando fue declarado culpable y se le impuso la sentencia. La noche anterior a la ejecución se dedicó a escribir cartas a su familia y amistades y probablemente escribió como veinte de ellas. Cuando la guardia lo sacó de la prisión en la mañana de la ejecución, se detuvo un momento y dijo “Se me olvida algo” y regresó al cuarto en donde había estado. Sobre su cama estaba un sarape mexicano, lo tomó y pidió que se le pusiera un rótulo con el nombre de un sobrino suyo en Francia y solicitó que se le enviase. Este pequeño incidente muestra lo tranquilo que estaba. Pidió al general Yánez el privilegio de que se le disparara al pecho y no por la espalda, como traidor. El general accedió y así se hizo. El oficial que comandaba el pelotón ordenó que este avanzara dos pasos y Raousset también avanzó dos pasos. El conde tenía una pequeña medalla que estimaba mucho y que deseaba dar a su hermana pero no quiso que la quitaran de su cuerpo hasta que él muriera. Cuando los soldados dispararon una de las balas le pegó a la medalla y le tumbó un pedazo. Raousset murió como un valiente. Dijo que si tuviera mil vidas sacrificaría cada una de ellas por la misma causa. Yo salí del pueblo el día de la ejecución pues no quise escuchar los disparos.

Había una familia en Hermosillo de nombre Aínza. El padre era de Manila y se casó con una dama mexicana. Tuvieron varias hijas y vinieron a vivir aquí a San Francisco en el año (11) y Crabb se casó con una de ellas de nombre Filomena. Después de un tiempo Crabb llevó a su esposa y a una de sus hermanas solteras a Guaymas en el año (12) . Yo hice una exploración por los principales lugares de Sonora y la familia Aínza era muy conocida. De acuerdo con las costumbres del país cada vez que una familia respetable o un extranjero soltero llegaba a un pueblo para residir por un tiempo, los residentes principales los visitaban como muestra de cortesía y amistad. Pero en este caso, inmediatamente después de llegar a Guaymas y contrario a la forma acostumbrada de visitar, Crabb, su esposa y la hermana de esta comenzaron a visitar a todas las familias prominentes del lugar, muchos de los cuales eran perfectos desconocidos para ellos. Las dos damas eran muy inteligentes y cultivadas y Crabb era un hombre elegante y con modales caballerescos de manera que hicieron sus visitas en gran estilo. Yo y mi familia nos sorprendimos mucho de recibir su visita una mañana. Después de estar un tiempo en Guaymas se fueron a Hermosillo e hicieron el mismo tipo de visitas allá, sin esperar a ser invitados y después fueron a Ures, la capital de Sonora y procedieron de la misma manera. En todos estos lugares su conversación con la gente que visitaban frecuentemente era para criticar al gobierno. Tal vez el tema lo iniciaban Crabb y las damas y en todos los casos la gente más o menos estaba de acuerdo con ellos y se quejaba de sus dirigentes mostrando un espíritu de insatisfacción y crítica y cuando esto sucedía, los Crabb indicaban su simpatía con esas quejas y aprovechaban para intensificar el sentimiento contra las autoridades magnificando los males, reales o imaginados y favorecían un espíritu de descontento y sedición. Ellos alababan enormemente las ventajas que tenía el gobierno de Estados Unidos sobre el de México y la libertad y felicidad de la gente en aquel país en contraste con la condición inferior de la gente en México y presentaban la idea de que el gobierno de Estados Unidos podría venir y tomar posesión de Sonora y asumir el control del país si la gente lo deseaba. Algunos mexicanos que no estaban satisfechos con sus dirigentes les dijeron que recibirían a los americanos con los brazos abiertos y que estarían felices de que vinieran y tomaran el control del país aunque en ese momento no tenían ideas de levantarse contra el gobierno. En Ures, Crabb visitó al gobernador del estado.

Con la información que había recabado y las manifestaciones que le habían hecho, Crabb regresó a San Francisco con las dos damas. En esta ciudad hizo circular la idea de que la mayoría de los mexicanos estaban muy descontentos con sus gobernantes y deseaban un cambio y que si

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un grupo de americanos iba ahí serían bienvenidos y que muchos mexicanos se les unirían para fácilmente derrocar al gobierno por medio de las armas. Crabb se dedicó afanosamente a divulgar esta teoría e indujo a muchas personas a aceptarla. Es muy posible que él mismo la creyera. También dijo que el mismo gobernador estaba deseoso de que los americanos fueran a tomar el control y que los recibiría con los brazos abiertos. Esta declaración acerca del gobernador era incuestionablemente falsa.

Crabb logró reclutar una fuerza de 85 a 90 hombres a los que equipó con lo mejor que se podía obtener de armas y municiones y tomando personalmente el mando partieron para Sonora. Uno de los cuñados de Crabb lo acompañó pero antes de llegar a México abandonó al grupo, afortunadamente para él. Cruzaron la línea y el primer lugar al que llegaron fue Caborca, un pequeño pueblo de 1,200 a 1,500 habitantes. La gente del pueblo supo que Crabb y su gente se aproximaban y formaron una compañía armada para oponérseles y salieron a su encuentro. Al acercarse, el comandante de la compañía y cinco o seis de sus hombres fueron muertos por la gente de Crabb y en cuanto se supo esto los rancheros de los alrededores y los hombres del pueblo se agruparon y una pequeña partida de tropas regulares que había ahí se les unió, de manera que se reunieron 300 o 400 hombres armados que atacaron a los invasores. En este lugar se producía mucho grano y había grandes graneros para almacenarlo. Cuando Crabb fue atacado por esa fuerza y se vio presionado se retiró a uno de esos graneros con sus hombres mientras los mexicanos quedaban a una corta distancia.

Consiguieron a un indio para que incendiara el edificio lo cual se hizo de la manera siguiente : El techo era de vigas y estaba cubierto de paja seca. El indio disparó flechas encendidas hacia el techo y logró encenderlo. El humo hizo que salieran los invasores del edificio. Se pactó una tregua y después Crabb y sus hombres entregaron sus armas y fueron hechos prisioneros. Si en lugar de salir así, armados como estaban, hubieran salido disparando, tal vez hubieran llegado a la línea con pérdidas de cinco o seis hombres. Esto sucedió en la tarde. La mañana siguiente los sacaron de donde estaban prisioneros y el comandante de la fuerza militar ordenó que los fusilaran en el acto. Entre los soldados de esta división de la Guardia Nacional había un hombre llamado Hilario Gabilondo que observó entre la gente de Crabb a un muchacho de unos 18 años de edad al cual llamó y le señaló que subiera a su caballo, lo cual hizo el muchacho y cabalgaron varias millas. Fue el único que escapó pues Crabb y el resto de sus hombres fueron fusilados. Gabilondo no soportó el presenciar la masacre por lo que se fue en su caballo llevando al muchacho y salvándolo. Yo era cónsul de Estados Unidos en Guaymas y cuando supe del incidente mandé por el muchacho y conseguí pasaje para San Francisco y lo envié a casa con su madre, pagando yo el viaje. Hasta donde pude saber, este muchacho trabajaba en un establo en San Francisco y era muy ignorante, no sabía qué estaba pasando y no pude sacarle mucha información. La muerte de Crabb y su gente fue una cosa bárbara, una verdadera masacre. Como eran unos filibusteros e invasores desde luego que había que resistirse a ellos y capturarlos y el asunto debió enviarse al gobernador de Sonora, pero el comandante de las tropas de Caborca asumió la responsabilidad de ordenar su fusilamiento.

En San Francisco se tenía la impresión de que la gente de Sonora iba a darles la bienvenida y de que el gobernador había solicitado que fueran pero luego se reportó que después de que llegaron y fueron hechos prisioneros, el gobernador ordenó que los ejecutaran. Esto no fue cierto y no podría haber sido posible ya que el gobernador se encontraba a tal distancia que se hubieran necesitado tres o cuatro días para comunicar la orden y los invasores fueron fusilados al día siguiente de que llegaron. No había teléfono ni ferrocarril es ese tiempo. Eran muy pocos los que simpatizaban en Sonora con los filibusteros y que les hubieran dado ayuda. La gente de México, aunque es muy dada a revoluciones y a pelear entre ellos, es muy celosa de la intervención de extranjeros y no sentían inclinación a darle la bienvenida a cualquiera que viniera diciendo que quería derrocar al gobierno. El oficial que ordenó la ejecución era un

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coronel del ejército mexicano de nombre (13) . Se reportó que hizo que le cortaran la cabeza a Crabb y que se conservara en alcohol. No hay duda de que él estaba intoxicado en ese momento y que sus acciones fueron desaprobadas por sus superiores. Gabilondo, el que salvó al muchacho, era nacido en España, muy activo y una especie de aventurero y tenía un puesto subalterno en la Guardia Nacional. La esposa de Crabb, después de su muerte, trabajó durante varios años en la casa de moneda de San Francisco. Era una dama muy agradable y dos de sus hijos viven aquí en San Francisco actualmente.

En el puerto de Guaymas había un cónsul español, Cosmo y Chevalier y un cónsul francés, José Calvo(14). Mi negocio era el más grande e importante en el puerto. Había también una importante casa mercantil que hacía muchas importaciones propiedad de Manuel Iñigo y Compañía. Había varios negocios más pequeños y en Hermosillo también había mucho comercio. La casa principal en esa ciudad era la de Gabriel Ortiz y todavía lo es.

También había otros grandes establecimientos propiedad de Gabilondo y Oceguera y de Francisco G. Noriega. Todos los negocios se hacían a través del puerto de Guaymas. Hermosillo está a cien millas hacia el norte, en el interior y era un punto de distribución. La gente y los comerciantes de los lugares más pequeños en los alrededores iban ahí a procurar sus mercancías. Se cosecha mucho trigo en Sonora y en El Alamito y La Labor había inmensos terrenos para sembrar grano. Yo mismo envié tres barcos llenos de trigo a San Francisco, para venderse en la bahía y en el interior. Esto fue en 1852 o 1853.

Se producía mucha harina en Hermosillo y se enviaba a Mazatlán, Acapulco y otros puntos de la costa. También se exportaba algo a San Francisco. Ortiz, arriba mencionado, tenía una planta textil en las cercanías de Hermosillo con alrededor de 90 telares, movidos por agua. Producía un tipo de tela de algodón llamado manta. Se producía una gran cantidad de azúcar no refinada que junto con la tela de algodón se consumía en el país. Se sembraba cebada y también frijol.

Hay una planta que llaman mezcal y que es una especie de agave con la que se fabrica un licor llamado también mezcal(15). Ahora hablo de Sonora en particular. En el interior de México se fabrican cobijas y telas.

Hasta aquí el relato…

Notas aclaratorias : El manuscrito original se encuentra en la Universidad de Berkeley, California.

(1) Sonsonate es un puerto de la República de El Salvador.

(2) Cuando Robinson habla de Revolución francesa se refiere a la Intervención francesa en nuestro país en apoyo al emperador Maximiliano de Habsburgo.

(3) Esta primera casa estaba situada cerca del lugar, frente a la bahía, en donde actualmente se encuentra la estatua del pescador.

(4) La casa en la que vivía Robinson se encontraba cerca de la esquina que actualmente ocupan la calle 26 y la avenida Alfonso Iberri. Una descripción de esta casa se puede ver en el libro “Dust and Foam” de Thomas Robinson Warren, sobrino de Juan Alfredo Robinson.

(5) La fecha correcta es 1852.

(6) La llegada de los extranjeros fue en 1854.

(7) La goleta se llamaba “La Belle”

(8) Robinson se equivocó en el año en que fue la batalla. La fecha correcta es el 13 de julio de 1854.

(9) Los extranjeros eran en realidad cerca de 400.

(10) El defensor lo fue el capitán Francisco Borunda

(11) Está en blanco en el original.

(12) Está en blanco en el original.

(13) El coronel se llamaba José María Girón.

(14) El cónsul Calvo era de origen español.

(15) Este licor es conocido ahora como Bacanora.

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